domingo, 13 de mayo de 2007

Asfalto y Seda

Un gringo de apellido Nicholls escribió un libro sobre la ruta de la coca en mi país. En un aparte aseguró que el paisaje de Colombia es monótono, montaña y llano, y todo verde y muy verde. En su voz se podía sentir un cierto dejo de aburrimiento. No lo culpo. Así es esto. Verde. Hay que tener un ojo de pintor para distinguir dentro esta exhuberancia verde. Los matices cambian con facilidad, y la luz, en la sabana es dura a medio día, absolutamente transparente, tropical. En las horas de la tarde la luz es cálida y da la sensación de protección. Pero hoy la luz se ve densa, pesada.
En un principio pensé que era asunto de mi ojo izquierdo y del virus que lentamente le devora. Pero no. Con el ojo derecho todo sigue igual. La garganta se reseca con facilidad, y a las fosas nasales les cuesta mantener la humedad. El humo se extiende a lo largo de paisaje, desde distintos focos. Los diarios ni los noticieros le han dado gran despliegue. Parece no ser importante. ¿Por qué debería serlo? Esa mañana abrieron con la misma perorata de siempre, con más cifras, y distintos protagonistas. Es lo único que ha cambiado. Las cifras y los nombres. Los pequeños problemas como la luz difusa no parecen importarles. La nitidez refundida por accidente en una mañana, es solo eso, una cosa extraviada, algo que sabemos que está ahí pero que en estos momentos no hay ni rastro, tal vez, si lo intentamos más tarde a lo mejor damos con el. Así se fue refundiendo el país si alguna vez lo tuvimos. Cada vez más lejos de la capital, y más adentro de Boyacá, libre de toda culpa, sufrimiento, y del nacionalismo que me inocularon los curas y la tradición familiar, descubro cómo lo único que realmente vale de este lugar arde sin importarle a nadie.


H. Lamondat /07.